Fotografía de Jr Korpa en Unsplash.

El relato corto Pesadilla supuso el inicio de Tiamat: Relatos & fragmentos de/mentes, el cual sigue estando en desarrollo, a paso lento pero seguro. Ha sido un experimento interesante escuchar la interpretación que algunas personas hacen de este relato. Naturalmente, cada quien es libre de interpretar lo que guste de cualquier manifestación artística que consuma. No obstante, me ha dado curiosidad y he pensado que sería buena idea exponer la concepción y el proceso creativo de algunos relatos, especialmente para otros que también gustan de escribir y van comenzando. No pienso llevar ningún orden en particular. Sin embargo, por ser Pesadilla el primero, he decidido comenzar con él.

Póster japonés original de Sen to Chihiro no kamikakushi (2001).

Hace muchos años vi Sen to Chihiro no kamikakushi (2001) y quedé fascinado por su ambientación onírica. A muy grandes rasgos, la película nos cuenta la historia de Chihiro, una niña que se muda junto con sus padres a otra ciudad, la cual queda atrapada en un mundo onírico luego de que sus padres extraviaran el camino al decidir tomar un atajo.

Las peripecias de la pequeña Chihiro la llevan a terminar en una suerte de balneario público para espíritus o yōkai el cual es regentado por la bruja Yubaba. Y es precisamente este último personaje quien disparó la vena creativa que daría el génesis a Pesadilla.

Yubaba es una vieja bruja de edad desconocida. Tiene una hermana gemela y un hijo que —a pesar de ser un bebé— es mucho más grande ella misma. Es la antagonista principal de la historia; de carácter estricto, posesivo y dominante. Destacan en su fisionomía una cabeza desproporcionada, unos ojos desorbitados, una gran nariz y una gran boca.

Fotograma de la bruja Yobaba, de la película Sen to Chihiro no kamikakushi (2001). © Studio Ghibli.

La apariencia de esta bruja me hizo volar las ideas. Me surgió entonces la idea de un relato corto protagonizado por una niña, y me propuse que dicho relato fuera muy breve pero que produjera un gran impacto. Para la creación de este relato me hice a mí mismo múltiples preguntas: ¿En qué situación o contexto sería más terrible el encuentro? ¿Qué aspecto debería tener la bruja? ¿Cómo sería la interacción entre la niña y la creatura?

En el primer borrador en mi mente, la niña se encontraría sola en un bosque. Sin embargo, abandoné la idea tan pronto como la produje, pues quería que el lector —en especial el lector menor de edad— se viera inmediatamente identificado con la situación del personaje principal. Y no tendría suficiente tiempo para desarrollar una atmósfera dada la autoimpuesta brevedad del relato. Entonces razoné que lo que de verdad daría miedo sería ser atacado en el mismo lugar en que un niño se siente más seguro: su propia habitación. Relatar el encuentro en la habitación de la menor daría una especie de plus de terror psicológico, pues inconscientemente daría el mensaje de que no hay lugar seguro al cual escapar. Y para acentuar el terror y la fatalidad de la soledad, la niña habría de encontrarse sola en su habitación, en la obscuridad de la noche.

En un principio, pensé en describir a la creatura como una bruja semejante a la que atormenta a la pequeña Chihiro. Consideré, en primera instancia, exagerar los rasgos y describirla como una especie de mujer-bruja-sapo-gigante. Sin embargo, recordé las palabras del maestro H. P. Lovecraft sobre el miedo a lo desconocido, y cómo es que lograba sensaciones de terror con escasa descripción de sus creaturas, dejando a la imaginación del lector los pormenores de sus brutales aspectos.

«La emoción más antigua y fuerte de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y fuerte de todos los miedos es el miedo a lo desconocido».

En un principio pensé en describir a la bruja con aspecto de sapo. Fotografía de Ulrike Langner en Unsplash.

Así, pues, resolví describir a la creatura con escuetas palabras —incluso omitiendo que en realidad se trataba de una bruja—, permitiendo que el lector imaginara el aspecto y naturaleza del antagonista.

Habiendo quedado listo el lugar del encuentro y el aspecto de la creatura, quedaba la descripción de la interacción entre ambos personajes.

En la historia de la humanidad —y siempre en relación a las pesadillas y el sueño—, no hay nada que dé más terror que la parálisis del sueño. Ese fenómeno en principio inexplicable en el cual una persona se despierta sin poder moverse, y descubre —con horror— que se encuentra asediada por una creatura de pesadilla. En la cultura popular, son incontables los testimonios de aquellos que han experimentado tan desagradable y terrorífico suceso.

En realidad, la parálisis del sueño tiene su explicación: El sueño se encuentra divido en varias fases. El más importante es el sueño REM (Rapid Eye Movement, o de Movimientos Oculares Rápidos), ya que es cuando comenzamos a soñar. Aunque no lo recordamos en la mayoría de las ocasiones, los seres humanos soñamos todos los días y varias veces durante el sueño, en especial poco antes de acostarnos y poco antes de levantarnos. Pues bien, poco antes de dormir y comenzar a soñar, el cerebro desactiva temporalmente la movilidad de nuestro cuerpo, a fin de que no reproducir los movimientos del sueño y sufrir daños en consecuencia. Y cuando estamos por despertar, el cerebro activa nuevamente la movilidad. Sin embargo, algunas personas han despertado antes de que su cerebro salga por completo del sueño REM y reactive su movilidad, por lo que se encuentran en una especie de punto medio entre el sueño y la vigilia. La sensación de desconcierto en esta inusual experiencia produce desasosiego y desesperación. La falta de movimiento voluntario junto con la agitación causa una hipoxia (falta de oxígeno), la cual —a su vez— desencadena alucinaciones. De ahí que algunas de estas personas «sienten que se les sube el muerto»; es decir, experimentan una sensación de opresión en el pecho y alucinan creaturas sentadas en él. Al respecto de tales experiencias hay incluso múltiples ejemplos en el arte.

Ejemplo de la parálisis del sueño en el arte. La Pesadilla (1781), de Johann Heinrich Füssli.

Dado el miedo y terror inherente que produciría tal sensación, decidí emplearla en el relato. Y así es como Anika, mi pequeña protagonista, permanece involuntariamente quieta mientras la creatura la acosa al pie de su cama.

En la cultura popular, las brujas secuestran a los infantes —en especial a los neonatos— para ofrecerlos en sacrificio a Satanás. No obstante, a consecuencia directa de mi ateísmo, en el relato quería obviar la parte religiosa. Por lo que decidí que la bruja se comería a la niña.

Llegado a este punto surgió la pregunta de cómo se la comería. Por cuestión de descarte metodológico decidí que comenzaría por los pies: Iniciar por la cabeza o el tórax haría que Anika no sobreviviera —me reservo al personaje para otro relato—, y hacerlo por las extremidades superiores no supondría ningún terror extra, pues una mano o un brazo es entendido inconscientemente como un arma o herramienta. Así pues, decidí que lo haría por las piernas, y tendría que dejar claro que la bruja disfruta devorar seres humanos.

Para el final, determiné que el relato terminaría con una fuerte impresión. Para esto recurrí a una película que vi en mi infancia. Se llama Ya nunca más, de 1984. En ella, el joven protagonista pierde una pierna a raíz de un accidente y de una enfermedad. Aun para mi joven mente quedó claro que una pérdida de esta naturaleza supone un gran terror. Así que, para terminar el relato, resolví que todo fuese un mal sueño, una pesadilla. Pero al poco rato Anika se daría cuenta de que el encuentro había sido real, y ella se descubriría a sí misma sin piernas.

Como puede leerse, la concepción y el proceso creativo —aun los de un relato tan corto que no llega a las 350 palabras— suponen su cuota de trabajo. Sin embargo, lo cierto es que las ideas para escribir siempre están ahí, como flotando en el aire y a la espera de ser tomadas. Sólo es cuestión de echar a andar la imaginación. ∎