El jardín de orquídeas
Despierta, Janice. Sí, eso es... No. Tranquila. No te agites. Te he suministrado una droga que limita tus funciones motoras al mínimo. Agitarte sólo hará que te agotes más rápido. Ven, siéntate conmigo en el jardín, mi jardín de orquídeas. Eso es. Ven, ven y deja que te guíe. Deja que te abrace.
Ah, mira nada más qué bellas lucen las estrellas esta noche. Su luz ha salido hace miles e incluso millones de años, y hoy ha llegado hasta aquí, viajando a través de la soledad insondable del espacio. ¿No te parece extraordinario? Es casi como si las estrellas te saludaran, Janice.
Mira esto. Tengo algo muy especial que quiero mostrarte… Observa atentamente. ¿Te gusta? Esta daga de plata ha permanecido a mi familia durante generaciones. Mi padre me la entregó en mi décimo tercer cumpleaños, en un soleado día de octubre frente al mar.
Mira nada más cómo brilla su hoja de plata. Aún hoy paso noches enteras admirándola, absorto en la sutil elegancia de sus líneas blancas… Es como tener un trozo de estrella en las manos. ¿No te parece maravillosa… Janice?
Ah, pero ya he divagado lo suficiente. Ya no te haré esperar más. Ha llegado el momento. Ven, cierra los ojos. Todo terminará pronto: Hundiré mi daga dentro de tu generoso y níveo pecho. No, no te resistas. Tranquila. Relájate. Permite que el narcótico que te di siga haciendo su piadoso efecto. Es inútil oponer resistencia. Y ahora, ahora deja que la daga penetre tu pecho, hasta lo más profundo de tu trémula existencia. Y descuida, que pronto quedarás inmersa en un sueño, en un suave y eterno sueño… Así… Eso es…
Ah, Janice. Déjame besar las lágrimas de tu tibia desesperación. Puedo sentir en mi mano los latidos de tu corazón, que resuenan acelerados a través de esta daga de plata. No existe nada más íntimo que esto, ¿sabes? Es una penetración directa a tu pecho… Te amo. Te amo, Janice. Te amo tanto que te he asesinado en este mismo jardín de orquídeas incontables veces. Pues antes de ti han habido muchas; encarnaciones inmaturas de tu esencia, si así lo prefieres; copias imperfectas. Y debajo de todas estas orquídeas blancas yacen sus bellos cadáveres marchitos; yertos en la descomposición del olvido.
Porque no hay nada más sublime en el mundo que verte morir; sentir cómo tu corazón se detiene, y admirar a la luz diáfana de la Luna el brillo de tus lágrimas, y besar la comisura de tus labios rojos mientras exhalas tu último aliento. Soy adicto a tu muerte, eso tengo que admitirlo…
Querida Janice, una vez que hayas muerto sepultaré aquí tus restos, y sobre tu precioso cadaver cultivaré aún más orquídeas, así como hice con todas aquellas antes de ti. ¿Pero sabes? No me cabe la menor duda de que tus orquídeas serán las más hermosas, las más radiantes…
Ahora duerme, duerme para siempre…
Oh, Janice. Mujer de tez clara, cabello obscuro y labios rojos… No sabes cómo deseo volver a encontrarte. ∎