1


Pablo abrió los ojos y escupió la tierra que le había quedado entre los dientes. Se levantó del suelo y sacudió su uniforme de escuela secundaria. Le acababan de dar una golpiza, «la golpiza del día». Recogió sus gafas grandes y gruesas del suelo y las limpió con su camisa antes de volver a colocárselas. El mundo recobró su nitidez.

Buscó la caja Petri que estaba utilizando para recolectar una muestra de algas cuando había sido interrumpido y golpeado hasta la saciedad. El objeto había sido un obsequio de su padre fallecido y le guardaba especial cariño. Pero cuando al fin encontró la caja, la halló hecha pedazos.

Se puso en cuclillas para recoger uno a uno los fragmentos del envase, y mientras lo hacía, una sensación fuerte y sorda opacó por completo el dolor de los golpes que le habían propinado. Era la sangre, que viajaba rápida y furiosa a través de su sistema circulatorio, y que bañaba con intensidad los pliegues de su cerebro. Era el nacimiento de una determinación.

2


En la biblioteca de la secundaria, Pablo cerró un ejemplar del «Código Penal de la ciudad-estado de Tiamat» y lo colocó junto con otros que ya había consultado.

Se quitó por un momento sus gruesas gafas y las limpió con su camisa escolar mientras pensaba: Sin importar la naturaleza ni la gravedad de sus crímenes, en la ciudad-estado de Tiamat no se juzgaba a los menores de edad; sino que, a lo sumo, se les canalizaba a centros especializados, en donde recibían tratamiento y orientación por parte de trabajadores sociales, psicólogos y otros expertos.

Como pudo leer, en el pasado se habían dado casos de naturaleza y gravedad variable, desde simples robos y asaltos a mano armada, hasta agresiones físicas y violaciones, e incluso secuestros y homicidios. Pero pese a todo esto, y a las sendas quejas y demandas de las víctimas y familiares de éstas, los códigos penales nunca habían sido reformados para castigar con la severidad adecuada a los infractores por debajo de la mayoría de edad. Sentenciar con cárcel a un menor de edad era simplemente anticonstitucional y suponía un agravio a las regulaciones internacionales de derecho.

Al entender el alcance de todo esto, Pablo se colocó y ajustó sus gafas y sonrió para sus adentros.

3


Pablo retrocedió unos pasos y observó al muñeco a tamaño natural que había construido. Había utilizado distintos materiales y, previa búsqueda de los valores adecuados, había calculado y construido un modelo humano con las medidas y densidades óseas y musculares adecuadas.

Se sentía orgulloso y satisfecho de su trabajo.

Tomó un tubo de metal, de forma y dimensiones también calculadas, y con éste en manos comenzó a caminar haciendo círculos alrededor del muñeco.

«No es cuestión de fuerza, sino de física», le había dicho una vez su padre. Y con estas palabras repitiéndose una y otra vez, bailando, reverberando, dando vueltas en su cabeza, Pablo se dispuso a practicar lo que él llamaba «retribución y justicia».

4


Un puñetazo en la mejilla izquierda lo hizo ver las estrellas. La cabeza le daba vueltas y Pablo cayó de rodillas. A su mente vino la imagen angustiada y preocupada de su madre, que le decía que no peleara, que no se rebajara a su nivel; que resistir era de verdaderos hombres y que siempre había otros medios para resolver los conflictos. «Tú eres moralmente superior», le dijo su madre en la alucinación.

Un golpe en el estómago lo dobló y la bilis se le subió a la garganta. Con una mano se abrazó el abdomen y con la otra se sujetó a la tierra para no caer.

«No», escuchó una voz masculina dentro de su cabeza. Era su padre fallecido que le hablaba desde algún lugar oscuro. «Ninguna oveja se siente moralmente superior mientras es devorada por los lobos. Permítelo y las bestias te harán pedazos… Tienes que defenderte para hacerte valer y ganarte el respeto. Pero no te precipites, espera tu momento».

Un nuevo golpe a la cabeza lo derribó. Pablo perdió todas las fuerzas en un instante, y entonces una negra oscuridad lo abrazó y un silencio quedo lo besó.

5


El director de la secundaria observaba a la mamá de Pablo llorar desconsolada mientras el chico permanecía impertérrito. Otra vez la misma escena en el mismo lugar.

Negaciones. Súplicas. Lágrimas. Una promesa. Todo siempre igual.

Y al final, la misma resolución de siempre: la mamá no podía permitirse el lujo de pagar una escuela privada y esta secundaria era la única que estaba a su alcance. Pablo tendría que ser fuerte y resistir por un año y medio más.

6


Pablo estaba tenso en la clase de Matemáticas, aunque no creía que alguien se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. En su laptop, vieja y de segunda mano, abrió una consola de comandos y seleccionó de una lista la señal de su objetivo. Ejecutó el programa adecuado y después observó cómo un porcentaje se incrementaba a un ritmo que le parecía interminable.

En la mañana del día anterior, durante una clase libre, Pablo había prestado atención al teléfono celular de su acosador. Reconoció el dispositivo en uno que le había visto antes a un compañero del club de ciencias, y acercándose a éste durante la reunión del día, supo que se trataba de un terminal Sony Xperia XZ. Después, en la tarde de aquel mismo día, buscó en Internet los detalles técnicos del dispositivo, y con esta información se dio a la tarea de encontrar un exploit que hiciera el trabajo sucio.

Y ahora el programa informático cumplía su cometido: se saltaba los mecanismos de protección y le daba el acceso total a la información en el dispositivo, mientras un segundo programa realizaba en la laptop de Pablo una copia exacta de su contenido. Todo sin que el infame usuario del terminal se percatara de nada.

Cuando el contador de progreso llegó al cien por ciento, Pablo cerró todos los programas y apagó su equipo.

7


Durante la noche, en la oscura privacidad de su habitación, Pablo revisó los archivos copiados del Xperia a su computadora. No estaba seguro de encontrar algo que pudiera utilizar, pero era bien sabido que los jóvenes siempre almacenaban contenido comprometedor en sus dispositivos.

El reflejo pálido y azulado del monitor se proyectaba en las lentes de Pablo mientras abría y cerraba uno a uno los archivos copiados. Entonces reprodujo cierto video y en el reflejo de sus gafas comenzaron a moverse rítmicamente dos siluetas color carne. Supo entonces que había encontrado algo importante.

8


«Los Homo sapiens somos todos animales, hijo. Y más aún, somos animales de patrones y costumbres»

Pablo lo estaba esperando. Consultó su reloj y vio que faltaban menos de cinco minutos. Lo acechaba, oculto entre las sombras, así como la pantera caza a su presa incauta.

Luego de seguirlo por algunos días, Pablo se había dado cuenta de que el cavernícola, como buen animal, tenía sus patrones y costumbres. Siempre pasaba solo por ese lugar para ir a reunirse con sus amigos en una vieja casa abandonada, en donde invariablemente quedaban para drogarse.

El momento de la retribución y justicia finalmente había llegado. Todas las piezas encajaban perfectamente en su lugar. Incluso se había puesto de acuerdo con algunos compañeros de clase, todos ellos inteligentes y buenos alumnos como él —y por tanto creíbles y respetables—, de que estaría con ellos en otro lugar en ese mismo momento, y que así se lo harían constar a quien fuera necesario, aunque nada de todo aquello fuera cierto.

Entonces se escuchó un ruido, el sonido característico de los pasos de su blanco. Pablo se puso alerta. Acarició el tubo metálico, el de medidas y proporciones adecuadas para su propósito, y esperó a que pasara a su lado. El idiota era más grande, así que tenía la ventaja si lo sorprendía por la espalda.

Aguardó, y en pocos segundos el objetivo pasó a su lado.

Pablo se colocó a su espalda y con el tubo le propinó un golpe entre el cuello y el hombro derecho que lo inmovilizó al instante. Después golpeó de manera contundente el reverso de sus rodillas y el animal cayó al suelo rebuznando de dolor.

La bestia estaba ahora sometida y podía tomarse su tiempo rompiendo sus huesos. Bajo el cobijo de la soledad de la noche, nadie acudiría a prestarle su auxilio.

Entre lamentos, súplicas y gritos, Pablo fue implacable. Y pese a la naturaleza de su actividad, Pablo se mantenía sereno, tranquilo; con la respiración adecuadamente modulada para hacerlo todo rápida y eficientemente. Había practicado para el momento, y su desempeño académico en las clases de Matemáticas y Física, así como sus lecturas extracurriculares de Anatomía, rendían al fin sus buenos frutos.

Le sujetó uno de los brazos y, haciendo una palanca con el tubo y sin apenas esfuerzo, reventó sus huesos. «No es cuestión de fuerza, sino de física»: Sí, cuánta razón tenía.

Tras una buena cantidad de músculos molidos y huesos rotos, Pablo se detuvo. Sabía que para un idiota como ese no bastaba con golpear sus músculos y quebrar sus huesos, ya que podría luego volver todavía más furioso y fuerte que antes. No. A este insecto había que hacerle algo más, había que romperle y destrozarle el espíritu, dinamitar y volar en pedazos toda su voluntad.

De un golpe violento Pablo insertó el tubo en la tierra, se sacó su teléfono del bolsillo, y en el explorador de archivos buscó un video y lo reprodujo. Nuevamente en sus gafas de niño miope se reflejaron aquellas siluetas color carne que se movían rítmicamente. Le mostró el video a su opresor y le susurró al oído palabras terribles antes ensayadas. Y justo en ese momento algo se rompió; era el espíritu del otrora agresor, que había quedado hecho pedazos.

Pablo se levantó. Extrajo de su bolsillo un objeto cruel y grotesco y se lo arrojó al otro en la cara. Activó el modo grabación en la cámara de su smartphone y, sujetando el tubo como si fuera la lanza tribal de un Anciano Terrible, le dirigió solemne y contundente un par de palabras:

—Estoy esperando.

9


En la clase de Ciencias Sociales los alumnos discutían con el profesor la novedad del día. Alguien se había enterado de que a uno de sus compañeros le había ocurrido algo terrible.

—Lo han ingresado de emergencia en el Sanatorio del Santo Suplicio —dijo el más cercano a él—. Está irreconocible. No sólo porque tiene el cuerpo hecho pedazos, sino también porque hay algo que es diferente en él… Es… Es casi como si lo hubieran cambiado por otra persona.

»No sé si algún día podrá recuperarse.

Entonces alguien se detuvo en la puerta. Era el chico nerd al que casi nadie notaba ni le dirigía la palabra, pero esta vez todos se dieron cuenta que tenía algo que lo hacía ver diferente. Lo vieron en una postura naturalmente recta y con la mandíbula, fuerte y segura, proyectada hacia el frente. Habló, y al hacerlo todos callaron y escucharon su voz, que sonó grave, poderosa y quieta.

—Sí, adelante. Puede pasar —respondió el profesor.

Entró, y aun las más hermosas entre las adolescentes notaron en su mirada y en su andar los pasos seguros de alguien que siempre sabe adónde va. ¿Había crecido algunos centímetros en las últimas horas? No pudieron saberlo. Pero lo que sí, fue que ya nunca nadie iba a dejar de notar que él estaba ahí. ∎