Aula n.° 20
Instituto William Garrett.
Viernes, 21 de marzo de 2098. 23:57 horas.
Entre jadeos y el principio de un llanto desesperado, Aola Lander tropezó y cayó en medio del Aula n.° 20. Trataba de escapar del lugar tan pronto como le fuera posible.
—¡Por favor! —suplicó la estudiante arrastrándose hacia la salida—. ¡Fue un error, perdóname!
Pero en la soledad del aula y de todo el instituto nadie contestó a sus súplicas. Todo estaba cubierto por un manto de silencio. Sólo el enorme y pesado ventilador de techo hacía un sonido, constante y monótono, cuando sus gigantescas aspas cortaban el aire como si fueran sables: «¡FUUUUHH! ¡FUUUUHH! ¡FUUUUHH!».
Una figura baja y delgada apareció en la visión periférica de Aola al tiempo que las luces comenzaron a fallar. Difusa, como una mancha gris, la figura se movió sigilosa junto a la estudiante; apareciendo y desapareciendo, primero de un lado y luego del otro, acercándose cada vez más con cada encender y apagar de las luces. Con desesperación y torpeza, la estudiante palpó sobre los bolsillos de su falda y, al sentir lo que buscaba, sustrajo de uno de ellos una navaja automática tipo italiana. Con el chasquido metálico del resorte, la hoja de la navaja saltó del mango, plateada y resplandeciente.
—¡Ya! ¡Déjame en paz, por favor! —dijo girándose y esgrimiendo el arma sin dejar de arrastrarse hacia la única salida—. ¡Que alguien me ayude!
Al chocar su espalda contra la puerta, levantó temblorosa la mano, y giró y tiró desesperada de la perilla, pero la puerta no se abrió —¡Te lo suplico!—. Las luces se apagaron para no volver a encenderse más, y justo entonces un dedo rígido y frío recorrió de arriba a abajo toda su espalda.
—¡¡NOOOO!!
Un sonido crudo, como el de una hoja de metal atravesando una y otra vez un pedazo de carne, ahogó lentamente sus gritos. Y después de unos instantes, sólo quedó el sonido del ventilador de techo, que se detenía perezoso con cada giro de sus enormes aspas, hasta que al final todo fue oscuridad y silencio, y nada más. ∎