Abro los ojos
Abro los ojos. Hoy me siento triste y vacío de nuevo. La luz del sol penetra opalescente por la ventana de mi habitación. No quiero levantarme. Suspiro. Mi mirada se pierde en las formas sutiles que hay en el techo. Quiero permanecer dormido, sumergido en la oscura profundidad de la quietud del sueño... a ser posible, para siempre.
Pero mamá me llama, y los sonidos vivos de la casa regresan. La regadera, el lavamanos. Los pasos apresurados, contundentes, de los pies descalzos de mi hermana pequeña al correr por el pasillo… El canto de las aves, los sonidos de la calle…
Suspiro. Reúno apenas fuerza para levantarme. Los objetos de mi habitación, coloridos, me parecen todos grises.
Bajo las escaleras y me siento a la mesa. El desayuno está servido. Es mi comida favorita.
Observo mi plato mientras mamá pregunta cómo dormí. Suspiro. Aquí viene de nuevo.
—Bien —le contesto. Y estiro los músculos de mi cara para formar una afable sonrisa.
Le hablo, y mis palabras parecen etéreas, como pronunciadas por alguien más; y reverberan, casi como en un suave murmullo.
Apenas como algo. No tengo apetito, y el olor que despide el alimento me asquea. Pero disimulo, disimulo como hice ayer y antes de ayer. Como, pero tan solo un poco; apenas lo suficiente para seguir con vida.
Estoy en modo automático otra vez. Es como si mi alma toda se retrajera al centro de mi pecho y dormitara ahí, encerrándose en la calidez y seguridad de un capullo. Como si un doble, extraño pero idéntico a mí —como el reflejo inverso de un espejo—, ocupara mi lugar en el sistema nervioso y pilotara mi cuerpo.
Mis amigos han venido a verme. No quiero salir otra vez, pero ellos insisten. No tengo ánimos para discutir, así que cedo.
Me llevan a lugares divertidos, pero hoy todos me resultan aburridos. Mis amistades preguntan cómo estoy y contesto que bien; pero mi yo que se encuentra encerrado en el capullo, en lo más profundo dentro de mí, les dice a gritos que no y que necesito de su ayuda con desesperación… pero nadie me escucha y eso me frustra.
Llega la tarde y luego la noche. Se han sucedido la una a la otra y yo no me he dado cuenta de nuevo. Todos los días parecen iguales. Todo el tiempo parece el mismo momento.
Parpadeo y estoy otra vez solo, acostado en mi habitación.
Siento que estoy apagado, aunque sé que aún estoy vivo. Cierro los ojos, y el vacío de la oscuridad me abraza. Lloro, y entre el mar de mis lágrimas logro apenas conciliar el sueño.
Oscuridad. Oscuridad y nada más.
El eco de la alarma de mi hermana suena a lo lejos. He dormido apenas una hora.
Abro los ojos. Hoy me siento triste y vacío de nuevo. La luz del sol penetra opalescente por la ventana de mi habitación… ∎